Culpable pero libre. El exguarda del campo de exterminio nazi de Sobibor, John Demjanjuk fue condenado ayer a cinco años de prisión por complicidad en decenas de miles de asesinatos. El juez Ralph Alt, que lo procesó en Múnich durante 18 meses, considera probado que Demjanjuk participó voluntariamente en el exterminio de unas 28.000 personas que llegaron al campo en 16 convoyes cuando él era vigilante. Las pruebas, entre las que destaca su carné de servicio, demuestran que Demjanjuk fue un esbirro de los nazis en ese campo en la Polonia ocupada por Hitler.
La Fiscalía de Múnich había pedido seis años de cárcel por estos crímenes cometidos en 1943. Tras leer la sentencia, el juez ordenó su libertad condicional. Argumentó que "no hay peligro de que el acusado escape" antes de que la sentencia sea firme. La defensa recurrirá la condena y, en caso de que la siguiente instancia la confirme, deberá expedirse una nueva orden de arresto.
Demjanjuk llegó a la vista en una camilla de hospital, con una gorra y gafas de sol, y escuchó la sentencia sentado en una silla de ruedas. El anciano de 91 años renunció a decir la última palabra y no se inmutó cuando el juez dictó su condena. Ha pasado callado todo el juicio, salvo algunas excepciones. En una de ellas, espetó a unos periodistas: "No soy Hitler". La defensa de Demjanjuk, antiguo ciudadano estadounidense y hoy apátrida, negó su paso por Sobibor y pidió su absolución. Es probable que sea la última sentencia que se vaya a dictar en Alemania contra un criminal implicado en el Holocausto.
Iván Micolayovich Demjanjuk nació en Ucrania en 1920. Durante la guerra fue un trawniki, un prisionero de guerra soviético entrenado por las SS para la vigilancia de campos de exterminio en suelo polaco. Sobibor era uno de los tres escenarios de la Acción Reinhardt, que es como los alemanes bautizaron su plan para asesinar a todos los judíos de Polonia, Ucrania y otros territorios ocupados. Unas 250.000 personas, casi todos judíos, murieron en sus cámaras de gas. Si bien ninguno de los supervivientes ha podido identificar a Demjanjuk personalmente, las pruebas documentales disipan cualquier duda de que estuvo en Sobibor. Allí no se hacía otra cosa que asesinar.
Los trawniki, armados con porras y armas cortas -para las que tenían poca munición- sacaban a los judíos de los transportes. Se aseguraban de que ninguno escapara antes de entrar en las cámaras de gas. Algunos judíos obtenían un breve periodo de gracia, durante el cual cumplían las tareas más duras: sacar los cadáveres, arrancarles los dientes de oro, quemar sus despojos, limpiar las cámaras. También acababan asesinados. Los trawniki, en cambio, obtenían mejores condiciones de vida que los demás prisioneros de guerra y un trato aceptable por parte de los nazis. Quedan multitud de testimonios de su rutinaria brutalidad.