70 años han pasado de la
Segunda Guerra Mundial e historiadores como Antony Beevor nos lo recuerdan con
la creación de obras que nos enseñan las importancia de recordar estos hechos.
Antony se encuentra estos días en Madrid con motivo de la publicación de su
libro en España: Ardenas 1944. Durante su estancia ha realizado entrevistas a
varios periódicos, entre ellas una entrevista realizada por "El
Periódico", la cual os dejamos más abajo y que resulta de lo más
interesante.
Entrevista a Antony
Beevor
A la desesperada, como
quien plantea un último desafío al destino que le esperaba, Hitler lanzó un
ataque feroz a finales de 1944 sobre los bosques nevados de las Ardenas, en
Bélgica, para intentar darle la vuelta al curso de la guerra. Aquella batalla, ganada
finalmente por los aliados, desató unos niveles de encarnizamiento jamás vistos
en el frente occidental. El historiador británico Antony Beevor, considerado
uno de los mayores expertos en la segunda guerra mundial, relata ahora a ras de
suelo las historias con minúscula de esta gigantesca tragedia que costó la vida
a más de 160.000 personas y puso en juego los peores instintos del ser humano
en ambos bandos. En Ardenas 1944 (Crítica) hay buenos y malos en todas partes.
-Ha escrito obras sobre Stalingrado, el desembarco de
Normandía, la caída de Berlín... ¿Por qué consideró la batalla de las Ardenas
digna de un libro?
Antony Beevor |
-Este combate fue el
equivalente en Occidente del cerco de Stalingrado. Ambas son las batallas más
brutales que se libraron en la guerra. Por las condiciones meteorológicas en
las que se desataron, en el crudo invierno, y por el grado de atrocidad que se
puso en juego. Ardenas trajo al oeste la crueldad que se había vivido en el
frente oriental. De hecho, las Waffen SS pusieron en práctica las técnicas de
terror que habían ensayado en suelo soviético.
-¿A qué respondía tamaño ensañamiento?
-Ante la superioridad
aérea aliada, Hitler pensó que su única carta era usar el terror como arma de
guerra para sembrar el pánico entre los soldados y desmoralizar al enemigo.
Joachim Peiper, el coronel que dirigió a la primera división Panzer que avanzó
sobre Bélgica, se dedicó a fusilar civiles desde el minuto uno. Antes, en el
frente del Este, había comandado al batallón del soplete, conocido así porque
prendía fuego a los pueblos por los que pasaba. Ese espíritu sanguinario no lo
habíamos visto nunca en el frente occidental.
-¿Surtió efecto?
-No, porque Hitler volvió
a cometer uno de sus tradicionales errores de cálculo. Esta vez subestimó a los
soldados norteamericanos. Aunque muchos sí huyeron, otros resistieron en sus
puestos y bloquearon el avance alemán, permitiendo a Eisenhower traer refuerzos
y comenzar la reconquista. Hitler creía que el pánico causado por la crueldad
extrema podía colapsar al enemigo, pero a veces el terror tiene el efecto
contrario y estimula la resistencia.
-Estratégicamente, ¿la jugada de Hitler tenía sentido?
-Ninguno. De hecho, sus
generales estaban en contra. El ataque de las Ardenas fue una fantasía
construida sobre un mapa. El problema de Hitler fue que nunca pisó el frente.
Dirigía la guerra moviendo fichas sobre un plano en su despacho, como si fuera
un juego. Desde el punto de vista militar, sus decisiones eran desastrosas, y
esto lo conocían los aliados. Por eso cancelaron la operación Foxley,destinada
a asesinarle. Pensaban que ganarían la guerra más rápido teniendo a Hitler al
frente del Ejército alemán.
-Su investigación pone el foco sobre un aspecto del
que se ha hablado poco: en las Ardenas se cometieron crímenes de guerra en
ambos bandos.
-En la reconquista, los
norteamericanos llevaron a cabo fusilamientos de prisioneros y crímenes que
luego no se quisieron reconocer. Respondían a la crueldad usada por los
alemanes, pero no tenían justificación. Se mató a gente por venganza y otras
veces por conveniencia, por no trasladar a los heridos. Nunca sabremos quiénes
efectuaron más fusilamientos indiscriminados, si los alemanes o los americanos,
pero ocurrió en ambos lados.
-¿Por qué Estados Unidos no ha reconocido nunca esos
crímenes?
-En ese país se cultivó
el mito de una participación limpia y bondadosa en la segunda guerra mundial.
Tuvo que ver con el impacto que causó la experiencia de Vietnam, que quedó
asumida como una guerra moralmente mala. Esto ha potenciado en la mentalidad
norteamericana el deseo de ver la de Europa como una guerra buena. ¿Pero qué es
una guerra buena? No creo que existan.
-¿No lo fue la librada por los aliados?
-Su meta era loable, sin
duda. Se trataba de liberar a Europa de la ocupación nazi y, en ese sentido, sí
fue una buena misión. Pero para lograrla, sus soldados cometieron multitud de
actos abominables que no se han querido reconocer, ni siquiera investigar. Es
una pena que los historiadores norteamericanos sigan dejándose llevar por ese
mito y no hayan querido hurgar en las zonas más oscuras de la participación de
su Ejército en la guerra, que las hubo.
-Menos aún lo han hecho las producciones bélicas de
Hollywood.
-Las películas de
Hollywood y la realidad de la guerra son completamente incompatibles. El cine
norteamericano solo busca contar historias a partir de arquetipos sin matices.
El héroe, el cobarde, el malo, el bueno... Pero su respeto a la verdad de los
hechos es nulo.
-¿Es imposible encontrar una película bélica que sea
rigurosa en términos históricos?
-Podría nombrarle un par
de títulos aceptables: La batalla de Argel, producción italoargelina de 1966, y
Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood. Pero Hollywood nunca estuvo
interesado en hacer películas sobre la segunda guerra mundial que fueran fieles
a la realidad. Lo curioso es que esa industria detectó hace tiempo una demanda
del público por ser entretenido y educado a la vez y, para atenderlo, se dedicó
a vender sus películas como si estuvieran basadas en hechos reales, cuando en
verdad no era así. Hollywood falsea la historia descaradamente.
-Pero el público toma esos relatos como ciertos.
-Vivimos en una era
posliteraria. Ahora, la imagen en movimiento es la reina y el conocimiento
sobre nuestro pasado es adquirido, mayoritariamente, a través del cine y la
tele. Hollywood emplea el argumento falso de que con estas películas hace una
labor didáctica, pero no es cierto. Lo terrible es la capacidad de la gente
para creerse cualquier cosa. Cuando salió el libro El código Da Vinci, una
agencia hizo una encuesta en Gran Bretaña y descubrió que la mitad del país
creía firmemente que la historia del libro era cierta.
-Imagine cuando salió la película.
-Nunca olvidaré lo que oí
en el cine. Mi mujer y yo nos resistíamos a ver la cinta, pero finalmente
accedimos a acompañar a nuestra hija. Recuerdo que a nuestro lado había una
pareja y al acabar la película, él se levantó y le dijo a su acompañante: «La verdad
es que te hace pensar». Yo quería ponerme a gritar. Como historiador, todo esto
es muy deprimente.
-Sus libros suelen combinar el relato de los
acontecimientos con la narración de testimonios humanos. ¿Es la mejor manera de
contar la historia?
-Creo que sí, desde
arriba y desde abajo. En mi caso, haber sido novelista antes de historiador me
ha influido a la hora de construir mis libros. Me gusta que los relatos sean
visuales, que el lector pueda imaginar los escenarios. Solo así se puede hacer
comprensible a las generaciones jóvenes, nacidas en la era posmilitar, los
horrores de una guerra que tuvo lugar aquí mismo hace apenas 70 años.
-Algunos detalles son especialmente sangrientos y
duros. ¿Dónde pone la raya de lo que puede contarse y lo que es mejor
silenciar?
-Es muy difícil. En mi
libro sobre la caída de Berlín tuve muy en cuenta este detalle porque había
crueldades que costaba contar, como suicidios de niños y mujeres y violaciones
salvajes que podían constituir pura pornografía bélica. Por eso procuro contar
con la opinión de otras personas. Mi principal consejera es mi mujer, que es
quien primero lee lo que escribo.
-¿La batalla de las Ardenas contiene alguna reflexión
útil para la actualidad?
-En Europa existe la
tendencia a creer que solo la integración en la Unión Europea puede librarnos
de otra gran guerra. Creo que no es cierto. Lo único que nos previene de la
guerra en Europa es la democracia, porque un régimen democrático nunca luchará
contra otro igual. Pero forzar la integración puede tener el efecto contrario.
El rebrote del nacionalismo vivido últimamente en países como Francia,
Finlandia o Hungría lo demuestra. En cualquier caso, la Europa de 1944 y la de
ahora, por fortuna, no tienen nada que ver.
Fuente:
http://www.elperiodico.com/
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